Sentarme en tu misma mesa para ver como un par de velas obre el pastel revela el secreto, no tan secreto, del paso del tiempo.
Y tener la certeza que el fin se acerca, aunque, aun espero, deba esperar largo tiempo.
Sentarme en tu misma mesa para ver como un par de velas obre el pastel revela el secreto, no tan secreto, del paso del tiempo.
Y tener la certeza que el fin se acerca, aunque, aun espero, deba esperar largo tiempo.
Ayer, 19 de enero, fue mi cumpleaños y entre todos los regalos que recibí quiero destacar esta nota que a través de mi esposa me fue enviada -ji, ji-. Jamas, o rara vez, lloro y menos por cuestiones sentimentales (el tiempo me va petrificando) pero si pudiera hubiera querido hacerlo al leer la siguiente prosa:
¡Stop!… había arrancado con ganas de dar… mmm… (¿?) Consejo a una bloguera… cuando leí su último post (https://elsalelli.wordpress.com/2016/01/04/el-vaso-vacio/) pero al llegar al final me di cuenta de algo.
¡Perdón! pero es que no me aguanto. Ella pide de antemano o, mejor dicho, avisa que no contestara mensajes privados o públicos sobre el contenido… supongo que contestara un simple gracias y nada más. Como nos ha pasado a muchos uno no sabe porque escribe lo que escribe o si sabe tiene la certeza de que el motivo no debe importarle al lector y mucho menos darle derecho a opinologos –sin ofender- obvio que si publico un blog pretendo que alguien lea (o puedo no pretenderlo y escribir en un blog porque es más cómodo que en papel) y me debo “fumar” alguna que otra… mmm… ¿Cómo decir? En fin, se entiende.
Etéreo paisaje tu sonrisa. Melifluo tu voz. Inefable sentimiento por vos. Sonámbulo sobre la arena blanca de la playa, amores de otra época. Entre tantos brazos buscaba los tuyos y me sorprendí con la serendipia de tus besos. Limerencia constante. Quedamos como las nubes en arrebol mientras la luz de tus ojos producía la iridiscencia. Tu cuerpo desnudo frente a mi fue una epifanía y tus manos y su luminiscencia me provocaron un estado perfecto de soledad que duro hasta la aurora y quedo en el olvido. Fue nuestro encuentro tan efímero pero con tanta incandescencia que opaco la elocuencia de cualquier discurso y provoco la efervescencia de la sangre e hizo mi corazón inmarcesible y hallo en ese instante su desenlace.
Hace tiempo tengo dentro de mi ropero armada la mochila de campamento, completamente armada; si quisiera salir ya lo podría hacer. Pero no la he usado en casi ocho años. Me da pena hasta por ella verla armada, con todos los elementos dentro, quieta. Cada semana la reviso, reacomodo, pruebo algunos elementos, controlo nivel de gas, el filo de navajas y cuchillos. Fecha de vencimiento de alimentos conservados –ya he comido y repuesto todos por lo menos una vez-. Sigue leyendo